
La gran tarea: liberar el potencial de Chile
“No se trata de retroexcavadoras ni motosierras, se trata de remover los tapones para liberar el potencial de Chile.
“
-Marcelo Trivelli-
La gran tarea: liberar el potencial de Chile
Resumen
Chile no está quebrado, está paralizado, está taponeado. Este concepto resume el diagnóstico de un país que, pese a contar con personas capaces, trabajadoras y solidarias, recursos e ideas, permanece bloqueado por estructuras que impiden avanzar. Los tapones son obstáculos activos y persistentes: normativas absurdas, corporativismos defensivos, ideologías rígidas, partidos paralizados por sus lealtades internas y una cultura política que privilegia el cálculo sobre el cambio. No son errores del sistema: son estructuras funcionales a quienes se benefician del estancamiento.
La gran tarea no es refundar Chile, sino desbloquearlo. Liberar su potencial implica remover estos tapones, vengan de donde vengan —desde el Estado capturado por gremios y burocracias, hasta un mercado protegido por élites que distorsionan la competencia—. La política tradicional, atrapada en la lógica binaria de izquierda y derecha, ha sido incapaz de enfrentar a los suyos. Mientras la izquierda evita cuestionar al aparato estatal, la derecha se niega a incomodar al poder empresarial. Ambos sostienen narrativas que perpetúan la inmovilidad.
Frente a este escenario emerge la vía social al desarrollo: una nueva forma de hacer política que no responde a dogmas, sino a resultados. Esta vía propone evaluar cada decisión por su capacidad de liberar vidas concretas, poner la ética pública y el bien común al centro, y gobernar con evidencia, libertad y audacia. No busca equilibrios cómodos, sino transformaciones reales.
Liberar el potencial de Chile también requiere recuperar el respeto por la autoridad legítima, el orgullo de lo compartido y la actitud de avanzar juntos. Para ello, es clave construir una mayoría social transformadora, capaz de identificar y remover los tapones —propios y ajenos— que impiden el desarrollo. Solo así será posible construir un país que funcione, que incluya y que avance con justicia, dignidad y esperanza compartida.
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La gran tarea: liberar el potencial de Chile
I. Chile no está quebrado: está bloqueado
Hay momentos en que una nación no colapsa, pero tampoco avanza. No por falta de ideas ni de recursos, sino por una incapacidad persistente para transformar lo que se sabe y no se hace. Chile vive uno de esos momentos: Estamos inmovilizados.
Han pasado demasiados años en que hemos permanecido en una zona ambigua. Todo se discute eternamente, pero casi nada se concreta. Las reformas se empantanan, las decisiones se aplazan, y los liderazgos se desgastan. El Estado y el mercado pierden eficacia y legitimidad, y la política pierde sentido, genera desconfianza y no por falta de energía, sino porque esa energía está atrapada en una maraña de bloqueos cruzados.
Chile no está quebrado, pero está bloqueado y en buen chileno, taponeado. Bloqueado por intereses que se protegen mutuamente, por normativas obsoletas, por mecanismos de veto y en definitiva por una política que no se atreve a incomodar a los suyos. Por una actitud defensiva que teme cambiar el equilibrio, aunque ese equilibrio ya no produce justicia ni futuro.
El desafío es liberar ese potencial retenido. No se trata de refundar el país, sino que tenemos que desbloquearlo. Aquí no se trata de imaginar o iniciar desde cero, sino que de remover los obstáculos que impiden que el país que ya somos pueda avanzar desarrollando todo su potencial.
No se trata de impulsar retroexcavadoras ni motosierras, se trata de remover los tapones para liberar el potencial de Chile.
II. Recuperar el orgullo de ser chilenos
Durante muchos años, Chile fue ejemplo en América Latina. Redujimos la pobreza, estabilizamos nuestras instituciones y avanzamos en cohesión social. Fuimos admirados, y más importante aún, nos sentíamos orgullosos de lo que estábamos construyendo.
Hoy ese orgullo está erosionado. El tejido social se ha fragmentado, las instituciones ya no generan confianza y el mérito se ha vuelto privilegio. El esfuerzo individual, resignación y lo más grave, hemos normalizado la frustración y el abuso individual en desmedro del bien común.
Recuperar el orgullo de ser chilenos no es una consigna sentimental, es una tarea política. Esto significa que el bien común debe volver al centro de las decisiones, implica dejar de lado la captura de rentas, el cálculo corto, la fragmentación ideológica, la pillería y el “si todos lo hacen por qué yo no”. Tenemos que volver a reconocernos en un proyecto común, volver a creer que juntos podemos construir un país más justo, más próspero, más humano.
III. Una actitud que transforme el ánimo nacional
Hoy, la mayoría de los chilenos y chilenas cree que el futuro de su familia será mejor, pero que el futuro del país será peor. Esa paradoja encierra una actitud que debemos cambiar, porque hemos caído en un pesimismo funcional, en una desesperanza aprendida, en una resignación política.
Recuperar la actitud es recuperar la voluntad. No se trata de hacer un cambio anímico superficial, sino que se trata de hacer un giro cultural profundo, porque sin actitud no hay acción y sin acción no hay transformación posible para desarrollar el potencial de Chile.
Necesitamos asumir una actitud positiva, crítica y colaborativa. Volver a creer que el vaso medio lleno no se ve, se construye. Y que la política no es un espectáculo para indignarse, sino un espacio para decidir.
IV. El respeto por la autoridad y el tejido cívico
Una sociedad democrática no puede funcionar si no reconoce, respeta y protege a su autoridad legítima. Asimismo, la autoridad no se impone, se construye con coherencia, con firmeza ética, con liderazgo moral.
En ninguna parte es esto más evidente que en nuestras escuelas. Nuestros docentes, que debieran ser pilares del desarrollo nacional, hoy enfrentan violencia, desprecio y abandono institucional. Necesitamos una transformación cultural de toda la comunidad educativa, incluyendo al profesorado, para recuperar el respeto reciproco en el aula como eje central de la formación ciudadana.
Recuperar la autoridad es también recuperar el sentido de comunidad, de norma compartida, de justicia que se cumple. No hay democracia sin autoridad legítima y no hay libertad sin responsabilidad. No hay futuro sin respeto a las personas y a las instituciones.
V. Tapones que frenan a Chile
Si el país está bloqueado, la pregunta evidente es: ¿por qué nadie lo desbloquea?
La respuesta no es simple, pero tiene un patrón claro: tanto la izquierda como la derecha están atrapadas en marcos que les impiden actuar sobre los obstáculos que ellos mismos —o sus aliados— sostienen. No se trata solo de falta de voluntad, porque hay una mezcla de identidades ideológicas, costos simbólicos, lealtades internas y miedo a traicionar las expectativas del propio mundo.
La izquierda, por ejemplo, ha construido su identidad moderna sobre la defensa de lo público. Desde ahí, le cuesta reconocer que el Estado también bloquea. Que muchas veces no es ineficiente por falta de recursos, sino por captura interna.
Existen gremios, colegios profesionales, estructuras sindicales o redes burocráticas que frenan transformaciones necesarias en nombre de derechos, cuando en realidad están defendiendo intereses. Cuestionarlos es tocar la columna vertebral de su relato, es desafiar símbolos y no solo reglas.
Pero, además, una parte significativa de la izquierda ha abandonado la promesa universalista del bien común, para refugiarse en una lógica de causas identitarias fragmentadas. En lugar de construir mayorías transformadoras, se ha concentrado en representar agendas parciales, legítimas, pero ajenas a la experiencia cotidiana de millones de personas que no se sienten convocadas por esos lenguajes.
El resultado es una desconexión creciente, mientras se discute con pasión sobre símbolos, las personas sienten que lo esencial —trabajo, salud, seguridad, educación— queda atrapado en el segundo plano y con ello, se erosiona la promesa histórica de que la política y la democracia existe para articular lo común, no solo para amplificar lo singular.
La derecha, por su parte, se atrinchera en la defensa del mercado. Desde esa trinchera, le cuesta admitir que gran parte de lo que bloquea la competencia, la innovación o la inversión no viene del Estado, sino de actores privados con capacidad de captura. Empresas que diseñan regulaciones a su medida, sectores que concentran poder normativo, gremios que resisten cualquier apertura. Pero también un ecosistema empresarial que —en no pocos casos— cree más en la protección que en la competencia, más en mantener privilegios que en innovar, y que defiende el discurso del mérito mientras socializa pérdidas y privatiza ganancias cuando se enfrenta a riesgos.
Y hay algo aún más profundo: muchos de los tapones que hoy se atribuyen al exceso de regulación estatal no nacieron del celo público, sino de crisis generadas por abusos privados; es decir, parte del entramado normativo que hoy se critica tiene como origen escándalos, colusiones, fraudes o daños sistémicos producidos por empresas que actuaron sin ética ni autocontrol. Luego se culpa a las reglas, pero se olvida que esas reglas son, muchas veces, respuestas reactivas a una irresponsabilidad privada previa.
Desde esa lógica, la derecha también queda atrapada, porque para sostener su relato, necesita ocultar esa genealogía. No puede reconocer que el problema del país simplemente es que el Estado intervenga demasiado, sino que interviene mal porque lo hace desde una posición reactiva frente a un sector privado que no siempre cumple su parte del pacto.
En ambos casos, hay una imposibilidad estructural de mirar con libertad, porque hacerlo implica pagar costos internos. Significa ir contra los propios, romper lealtades implícitas, incomodar a los aliados. Y, sobre todo, perder el monopolio narrativo con el que cada sector ordena su visión del país.
Por eso la política tradicional no desbloquea, ya que está diseñada —por convicción o por conveniencia— para no enfrentarse a los suyos. Y sin esa libertad, toda transformación se convierte en humo.
Chile no avanza porque hay obstáculos activos que lo impiden. Los llamamos tapones. No son errores, son estructuras sostenidas por quienes se benefician del estancamiento.
- Tapones institucionales: trámites, duplicidades, reglas absurdas que convierten cada avance en un laberinto.
- Tapones corporativos: gremios, colegios profesionales, grupos económicos que bloquean la competencia y la innovación.
- Tapones ideológicos: visiones doctrinarias que impiden evaluar con libertad lo que funciona.
- Tapones políticos: partidos que prefieren sostener el empate que asumir el costo del cambio.
- Tapones culturales: visiones cortoplacistas que limitan las posibilidades de inversión en educación, innovación, ciencia y tecnología.
El gran problema es que tanto la derecha como la izquierda están atrapadas en sus propios sesgos. La derecha se niega a cuestionar a los grupos empresariales que concentran privilegios, distorsionan la competencia y ejercen presión normativa en su favor. Habla de libertad, pero protege privilegios.
La izquierda, por su parte, ha sido incapaz de reconocer que parte importante del bloqueo también proviene del aparato estatal, capturado por gremios, redes burocráticas y estructuras ideológicas que frenan cualquier modernización. Habla de derechos, pero muchas veces termina defendiendo intereses.
Ambos sectores evitan tocar a los suyos. Porque saben que incomodar a los propios cuesta caro. Por eso, mientras critican los tapones ajenos, mantienen intactos los que les son funcionales.
La solución es simple, pero su implementación requiere coraje y decisión: remover los tapones, vengan de donde vengan, porque cada tapón que se mantiene es una oportunidad perdida, una injusticia perpetuada, una vida que no mejora; es el potencial de Chile que queda atrapado.
VI. La vía social al desarrollo
En este escenario de bloqueo estructural, surge la necesidad de una nueva forma de hacer política: una que no esté atrapada en la lógica binaria de izquierda y derecha. Existe la vía social al desarrollo. Esta no es una síntesis tibia ni un punto medio estéril, es una reorganización profunda del poder en la política, orientada por el bien común y la libertad de acción frente a cualquier captura ideológica.
La vía social parte del reconocimiento de que ni el Estado ni el mercado, por sí solos, ofrecen respuestas suficientes. Que la defensa ciega del aparato público o del interés privado ha generado más parálisis que soluciones. Otro marco es posible: evaluar cada decisión por su capacidad real de habilitar vidas que puedan avanzar liberando el potencial de Chile.
La vía social al desarrollo pone a las personas en el centro y desde ahí establece principios claros:
- El Estado es herramienta, no dogma. Vale cuando habilita, pero debe ser reformado cuando inmoviliza.
- El mercado es medio, no fin. Tiene valor cuando genera oportunidades, pero no cuando protege rentas o consolida privilegios.
- La participación ciudadana es fuente de legitimidad, pero no puede ser rehén del veto permanente.
- La descentralización es una convicción, pero requiere responsabilidad y efectividad, no solo autonomía.
- La economía al servicio de las personas y no de los intereses ni grupos de presión.
Esta vía social exige gobernar con libertad, sin lealtades automáticas ni compromisos inconfesables. Requiere usar la evidencia como criterio y la ética pública como horizonte. No busca quedar bien con todos: busca cumplir con el país.
Porque mientras la izquierda se fragmenta en causas parciales y la derecha se resiste a ceder privilegios, la vía social propone reconstruir un proyecto común. Uno que recupere el valor de lo compartido, de lo justo y de lo funcional. Uno que piense en las próximas generaciones, no solo en las próximas elecciones.
La vía social no es una consigna. Es una voluntad política de desbloquear a Chile para que vuelva a avanzar desarrollando todo su potencial.
El eje izquierda-derecha está agotado. El clivaje Estado vs. mercado no resuelve los desafíos del siglo XXI. Necesitamos otro marco, uno que ponga a las personas y su futuro en el centro y evalúe cada decisión por su capacidad de mejorar vidas concretas.
La vía social es una manera de priorizar, de gobernar, de convocar. No es más de lo mismo: es audacia. No es neutral: es compromiso con el bienestar de las personas y no con los grupos de interés y/o de presión.
VII. Una mayoría social para desbloquear el potencial de Chile
No se trata de administrar lo existente. Se trata de abrir un nuevo ciclo. De vivir en esta nueva era del siglo XXI y para eso, se requiere generar conciencia en una mayoría amplia, ética y transformadora.
Una mayoría que no quiere extremos, pero sí quiere cambios. Que no busca gritos, sino soluciones. Que no defiende identidades, sino derechos. Que quiere un país que funcione, que incluya, que avance.
La mayoría de chilenos y chilenas se han sentido defraudados, pero no están rendidos. Ellos creen que un nuevo Chile es posible, pero no desde los márgenes ni desde los eslóganes y quieren volver a creer en lo común y desatar el potencial de Chile porque cuando a Chile le va bien a cada uno también le va bien.
VIII. Vamos juntos por la gran tarea de desbloquear el potencial de Chile
Esta hoja de ruta es una invitación a recuperar el país. A restaurar la esperanza. A liberar el potencial de Chile.
Tenemos recursos, tenemos capacidades, tenemos historia y aún tenemos alma. Lo que falta es decisión y libertad para hacerlo. Falta una actitud positiva y esperanzadora, necesitamos una voluntad colectiva y una invitación convocante para liberar el potencial de Chile.
Falta que cada chileno y chilena sepa que al mirar hacia el lado se encontrará con personas que están en la misma sintonía buscando liberar el potencial de Chile con orgullo y esperanza.
Solo podremos liberar el potencial de Chile si cada chileno y chilena realiza el ejercicio de mirar en su entorno y alcance, los tapones que, en su opinión, están bloqueando su desarrollo y bienestar. Pero con la misma decisión, debemos ser capaces de reflexionar respecto de nuestras propias posiciones y legítimos intereses que pueden ser la causa de mantener la nefasta inmovilidad en que nos encontramos.
Busquemos entre todos liberar los tapones, propios y ajenos, para liberar el potencial de Chile.
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